San Isidro no solo se trata de superar la prueba del toro, de los compañeros, también, y mucho, se trata de superar la prueba de la afición más exigente del mundo.
No es lo mismo ver una carrera ciclista que ver el Tour de Francia; no es lo mismo un partido de fútbol de liga que la final de la Champions; no es lo mismo presenciar un torneo de tenis que Roland Garros.
Con ello queremos decir que corridas hay muchas, así como partidos de fútbol o de tenis, pero para encontrar la máxima competición, la mayor disposición de los actuantes, el dar el máximo, hemos de verlos en las más cualificadas ocasiones. San Isidro representa precisamente eso, la mayor y mejor feria del mundo, la mejor ocasión de mostrarse ante todo el orbe taurino. Todo cuanto en ella sucede adquiere una dimensión y repercusión que la hace única.
Durante 31 días seguidos espectadores de todo el mundo se encontrarán en la callé Alcalá de Madrid, en Las Ventas del Espíritu Santo. También toreros de distintas nacionalidades se darán cita en ese ruedo, con el firme propósito de alcanzar la gloria y/o lanzar su carrera. Todo ello supondrá realizar el mayor esfuerzo para conseguirlo y, desgraciadamente, siempre habrá alguno que lo pague con su sangre.
Se trata de superar la mayor prueba taurina de cada año, pero no solo los toreros, también los espectadores deben de someterse a esa prueba. Encontrarse dentro de esa plaza, de ese recinto, representa asumir que no se acude a una feria cualquiera y ese rol ha de asumirse también entre el público asistente.
Hay que superar esa prueba que supone la exigencia del aficionado, del público más docto, que ocupa una buena parte de sus localidades. No están allí puestos por el ayuntamiento o por una marca comercial, lo están para exigir que la presencia del toro y la autenticidad del toreo que se les haga por parte de los toreros, sea de acuerdo a un reglamento por un lado y una ortodoxia por otro.
Eso es algo que deberían saber cuantos espectadores se acercan de paso a Las Ventas. Contarán con la mayor disposición de los toreros, de su máximo esfuerzo por triunfar, podrán ver los toros más íntegros que se lidian en todo el mundo, pero han de asumir que no están en una plaza de pueblo o de verbena, es la cátedra y allí la exigencia de sus aficionados forma parte también, o quizá sea esa su mejor seña de identidad, del atractivo mundial que supone cada San Isidro.
Que todo esté en ese máximo nivel no es solo tarea de toros y toreros, es tarea de todos. Todos hemos de estar a la altura para superar la prueba.