Las banderillas en una corrida de toros
Antigua y lucida, la suerte de banderillas ha sido siempre un viaje Espacial que cuando se realiza con Arte y elegancia propicia unos momentos tensos y vibrantes.
No se sabe a ciencia cierta quién realizó por primera vez esta suerte pero si se saben sus fines: reanimar y agilizar al toro para que tras el tercio de varas corra, tome aire y llegue con viveza a la muleta y probar al toro por los dos cuernos para dar buena cuenta de cual es el más apto para el torero y su posterior faena.
Arpones, palitroques, rehiletes, y garapullos al encuentro, al cuarteo, galleando, de poder a poder, al quiebro, al sesgo, de sobaquillo, al violín, de dentro afuera… Literatura popular al servicio de un eterno encuentro con la muerte.
Hasta quince maneras de poner banderillas se cuentan. Todas y cada una de ellas con sus riesgos, encuentros y salidas. Son precisamente estos dos últimos términos los que mejor definen espacialmente el tercio de banderillas: encuentros y salidas. Términos Espaciales, la entrada, la bienvenida al susto y la escapada, la justificación del viaje.

Toda ejecución que cuente con unas banderillas tiene en común el viaje a modo de la literatura griega con sus respectivos principios, encuentros y finales. Bien sea el toro, bien sea el torero, alguien corre siempre al encuentro de su rival. El torero-viajero se lanza a la cornamenta del toro en busca de sí mismo, de su valor y su ímpetu y el toro arranca hacia el diestro en busca de su raza, casta y nobleza.
Es un fin para consigo mismo el tercio de banderillas, una demostración, y siempre y cada tarde emulando el mito del judío errante.

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