La Plaza de toros
El porqué de una geometría al servicio del toreo. Historia y simbolismo del círculo taurino.
El tiempo ha creado la plaza de toros. Para estudiarla se requiere de tiempo y concentración. Historia y geometría se dan la mano en esta arquitectura que dista mucho de ser efímera.
El circo romano se antoja como su predecesor si bien el mundo taurino ha creado un edificio único caracterizado por sus Espacios de Arte y expectación. Antes de llegar a la edificación circular y descubierta la lidia se desarrolla extramuros pero no tarda en inmiscuirse en el interior de las ciudades o pueblos debido a la afición. Se montan y desmontan carromatos y maderos que delimitan un Espacio por lo general rectangular. Con los siglos XVI y XVII el número de festejos incrementa y la arquitectura evoluciona del proceso de montaje a la provisionalidad del Espacio taurino. Tanto pequeños municipios como grandes urbes comienzan a trazar lo que hoy en día es patrimonio histórico, las plazas públicas, espacios por lo general cuadrangulares aptos para la celebración de espectáculos pero que no tardarán en quedarse obsoletos debido a dos cuestiones espaciales: el aforo y las querencias del animal a las esquinas-refugio.
Es en el siglo XVIII cuando la arquitectura taurina da su salto definitivo hacia la plaza de toros circular; De madera en un principio, de piedra, de hierro, de cemento y de hormigón armado en un final. Los elementos geométricos que componen la plaza de toros son dos, un círculo asentado en la tierra y un cono que se abre hacia el cielo.
Un centro, el albero, un círculo para una fiesta cristiana con una carga simbólica soberbia pues es el círculo un elemento geométrico perfecto y la representación de lo celestial en la tierra. Antiguamente el círculo se identificaba en la simbología cristiana con la eternidad por no tener principio ni fin. Actualmente el círculo se define como curva simple cerrada en un plano que divide a éste en dos: interior y exterior. Tenemos entonces el peligro-interior y la salvación-exterior, que si se conjuga y se apela al principio básico de la contradicción da el resultado de salvación-interior, eso que siente un torero.
Dentro ya del peligro-interior y partiendo el radio del círculo en tres partes, se obtienen los terrenos del interior: las tablas, los tercios y los medios. Cuando la lidia comienza los espacios se dividen en función del sujeto. El toro tiene sus terrenos durante la lidia, en un principio el animal tiende a situarse en terrenos abiertos como los tercios y los medios, se trata de buscar espacios de tranquilidad ante la extrañeza de estar en un lugar desconocido; A medida que se desarrolla la lidia y se le van aplicando los diversos castigos, el burel busca las tablas y toriles, espacios sentidos como refugios. Los espacios del torero no son puramente instintivos como los del toro, son espacios razonados. Lidiar en los medios define al espacio en miedo y al torero en valiente; Se trata de un reto espacial puesto que en caso de percance las defensas del diestro se ven ampliamente reducidas mientras que estando en tablas las ayudas y salidas pronto aparecen. A su vez, la lidia ceñida en tablas cierra salidas y la técnica y el saber del diestro hacen que el espacio se acote, se encierre y se sienta con más vilo.
El espacio exterior comprende desde el callejón hasta la grada. Su forma es la de un cono, un sólido geométrico formado por la revolución de un triángulo rectángulo alrededor de uno de sus catetos cuya misión es dar protagonismo a lo que en el ruedo acontece. Se trata de un embudo absorbente en dirección al albero como principal punto de interés y dividido en sol y sombra, alba y ocaso de una fiesta que empieza y termina.
Una plaza de toros vacía es un lugar de silencio, casi de retiro, los vomitorios silban y la piedra está viva. En días de corrida los tendidos se visten y callan para ceder el protagonismo al aficionado que hoy en día tiene en el toreo un referente privilegiado para ver el aire.
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