No creo que ninguno de los compañeros de viaje fuésemos capaces de asimilar dónde nos conducían los 375 kilómetros que nos separaban de Amurrio al partir ayer al alba. No hasta que nos topamos con el cartel que rezaba “AMURRIO 10”.
Atravesando el Valle de Ayala y con la Virgen de Orduña en el horizonte, se ahogaron las conversaciones y las risas nerviosas. En su lugar respiraciones profundas, miradas perdidas y palmadas de ánimo antes de bajarnos del coche y enfrentarnos en el tanatorio a la realidad.
La pesadilla del fin de semana nos estalló en la cara. Nuestro Néstor, su mitad, compañero de todas las batallas y pilar fundamental, aguantando estoicamente el desfile de dolor. Mi querido Sergio dando la cara en el momento más difícil de su vida; una cuadrilla desolada y Rober, su banderillero, reviviendo un infierno; la familia, esa numerosa familia con sus padres Paco y Txaro, su hermana Itziar y su esposa Cayetana al frente, sumidos pero sacando fuerzas de flaqueza; amigos y compañeros con el gesto descompuesto… Y la imagen de la pequeña Mara en la cabeza de todos. Tremendo. El desconsuelo había inundado el interior de esas tristes salas, plagadas de coronas y ramos que llegaban uno detrás de otro.
Qué duras e interminables se hicieron las horas. Qué complicado pronunciar una sola frase de aliento. Anécdotas de una vida increíblemente intensa ocuparon los huecos que dejaban las lágrimas entre el velatorio, el crematorio de Llodio y la comida antes de marchar hacia Orduña. Con los ojos vidriosos, sus más allegados relataron historias y curiosidades que, de alguna forma, nos alimentaron también el alma.
E hicimos el último paseíllo juntos hacia la iglesia. Una iglesia atestada que rugió, como él tantas veces, con un aplauso final sobrecogedor. El ‘Agur Jaunak’ con txistu y tamboril nos estremeció; una despedida sincera, humilde, profunda, rotunda, sobria y austera, tan propia del norte. Como lo fue Iván toda su vida.
Cuando salimos de Santa María de Orduña el cielo se había cargado de rabia, y abandonamos el pueblo que le vio nacer bajo el estruendo de nubes negras y un vendaval de dolor.
El último homenaje del día llegó al final del terrible viaje, parando en un McDonald’s para celebrar así de nuevo su última Puerta Grande, esta vez la del cielo y la gloria.
Hoy me siento orgullosa de haberle seguido, admirado y creído, desde que comenzase una tardía afición. Pero aún más de que su gente forme parte de mi vida y lleven, al igual que él, la verdad y la valentía por bandera. Sin duda son de lo más grande que me ha dado este, tantas veces complicado, mundo del toro.
La raza, la generosidad, el valor, la pureza de su persona, su lucha inquebrantable (junto a Néstor, para “ganar la guerra, matar o morir”) por la libertad en un sistema que parece funcionar del revés, son el legado de su vida. Una vida que perdió en el ruedo, haciendo lo que amaba y lo que amamos; pero que perdurará por siempre. Sus íntimos se van a encargar de que así sea, y se asegurarán de que su hija de apenas dos años sepa que su padre fue una figura del toreo, que recorrió un camino adverso y alcanzó la cima a hombros. Un héroe de nuestro tiempo en esta sociedad tan necesitada de ellos.
No podría terminar estas líneas sin un recuerdo a todas las Fandiñistas, especialmente Tamara, y nuestro sentir común.
Y agradecer a Íñigo, Javier, Josemi, Maribel y Charo la compañía y el cariño brindado.
Te has ido pero siempre estarás entre nosotros.
Agur Iban, adiós León.
Miren Iruña
Qué precioso escrito Miren. Un beso
Descansa en Paz, León. Eres nuestro héroe
Muchas gracias Fernanda, ¡siempre lo será!