La reapertura de la plaza colombiana de Bogotá, tras cinco años de censura y cierre por la decisión de un dictador, ha causado la alegría correspondiente en todo el orbe taurino.
Es un símbolo de libertad, de respeto a las minorías que dicen somos ahora los aficionados a los toros. Seamos minoría o mayoría en unos u otros lugares, lo cierto es que somos ciudadanos que merecemos respeto en lo personal al tiempo que se respete la libertad de acudir donde queramos.
Los intolerantes quisieron impedirlo por la fuerza en los aledaños de la plaza La Santamaría y con ello vinieron a mostrar no solo la intolerancia si no también el carácter agresivo que les anima a actuar contra lo que no les gusta.
Una corriente que debe cortarse de raíz, como parece se ha hecho en el segundo festejo, impidiéndoles acercarse a los recintos donde libre y pacíficamente acuden los aficionados a los toros. Nos tildan de salvajes, pero la evidencia es que los salvajes son ellos.
Pero la reapertura de la plaza de Bogotá representa algo más, representa la esperanza de poder ver en un plazo cercano la reapertura de otra plaza, ésta en España, la Monumental de Barcelona.
Estamos seguros de que abriéndose la plaza catalana se abrirá también la opción libre que permite acudir a los toros a los ciudadanos de este país, aunque también estamos seguros de que en esa deseada fecha se tendrá que gozar de la protección policial ante la segura presencia de los intolerantes, alborotadores, activistas agresivos que no se van a conformar con respetar las leyes. Las leyes para ellos solo son válidas si van en la dirección que ellos proclaman.
Tomen nota debidamente las autoridades para impedir un enfrentamiento que, sin duda, va germinando ante tanta sinrazón y la insistencia de perseguir al aficionado a los toros. Basta ya.